Tenías razón, como tantas veces. Tenía que palparlo para entenderlo. Sin embargo, olvidaste que tenía que entenderlo para palparlo mejor. La llevé a mi boca con alimento. Ella debutaba casi sola, casi mecánica, mientras el mínimo instante que vivía dentro, separaba mi lengua de mi paladar. Repetí, descontenta, la historia veintiséis veces. Observé luego su extremo cóncavo deseando atravesarlo. Conseguí que paradójicamente me devolviera una imagen invertida de mi cabeza, y lo fue peor… de mí ser. De una lejana intuición, atisbé que algo olvidaba. Paralelamente empecé a recordar… Recordé el momento exacto de su nacimiento, cuando el hombre desenvainó de su medio lo que le era útil para erigir un instrumento en honor a la comodidad y la estética. Desde entonces, y oscuramente, la promoción y utilización de la cuchara se extendió a las culturas y regiones más recónditos del planeta, a tiempo que agudizaba la frialdad de sus amos quienes apeteciendo más de lo logrado, tenían la posibilidad de transformar para siempre su morada y su contexto. El tacto, que hasta ahora es una parte inalienable de nuestro natural, y el posible placer que nos proporcionaba, es sustituido por el fino, frio y burdo material de las cucharas. Pero la oscura conspiración de la cuchara, no termina allí… Mientras la contemplación hacia mi compañera se agudiza con el ser más sensato del que puedo ser, solo me queda sospechar que la cuchara es el elemento etiológico de una masiva transformación, por no decir deformación, del planeta. Con la cuchara fue la ambición. De su mano vinieron las maldiciones. Aturdida, planeo mi próxima venganza Quien quiera darle muerte a las cucharas...